Las experiencias cognitivas complejas protegen al cerebro del deterioro
Estudios anteriores ya apuntaban que el ejercicio, la mente activa y las relaciones sociales retrasaban la aparición de demencia en enfermos de Alzheimer. Esta investigación, a diferencia de los anteriores trabajos, que eran epidemiológicos, proporciona evidencia científica preclínica (en ratones) que corrobora esta idea.
A pesar de esta novedad, remarca Jacques Selmés, médico y secretario de la Fundación Alzheimer España (FAE), "el gran problema de la investigación con modelos animales es que la enfermedad se manifiesta únicamente en humanos". Por eso, lo que hacen es inducir la enfermedad en estos animales.
Un equipo de expertos del Centro de Enfermedades Neurológicas del departamento de Neurología del Hospital Brigham y de Mujeres (EEUU) analizó cómo influía el medio ambiente en un modelo de ratón salvaje que, al parecer, es "más parecido al humano en cuanto al desarrollo del Alzheimer".
Al inicio del ensayo, los roedores vivían en jaulas en un laboratorio sólo con comida y agua. Se les fue introduciendo múltiples objetos nuevos y ruedas para correr. Los investigadores observaron que esta continua exposición a situaciones diferentes incrementaba la liberación de noradrenalina (un neurotransmisor implicado en el control de funciones como la atención y la excitación) y aumentaba la actividad en el locus coeruleus (una región cerebral involucrada en la respuesta al pánico y al estrés). En definitiva, se intensificaban los niveles de excitación, el ritmo cardiaco y la presión arterial.
Como explica Dennis Selkoe, uno de los autores del ensayo, publicado en la 'Neuron', la exposición prolongada a este tipo de ambientes, cargados de elementos innovadores, activa emociones relacionadas con una proteína denominada beta amiloide.
El Alzheimer se produce cuando dicha proteína se acumula y forma lo que se conoce como 'placas seniles' en el cerebro. Esta acumulación puede bloquear las células nerviosas cerebrales y poco a poco llevar a una erosión de los procesos mentales, como la memoria, la atención y la capacidad de aprender, comprender y procesar la información. Al parecer, las emociones que causan estos ambientes activan determinados receptores cerebrales que ayudan a que la beta amiloide no se acumule y, además, mejora la comunicación entre las células nerviosas. "Esta relación entre la estimulación y los receptores adrenérgicos" es muy interesante, comenta el doctor Selmés.
Estos resultados, reza el estudio, se confirmaron tanto en los ratones jóvenes como los de mediana edad, lo que significa que la enfermedad se puede retrasar antes de que aparezca. Y un dato más: Selkoe y su equipo comprobaron que las actividades nuevas protegían más contra el Alzheimer que incluso el ejercicio aeróbico. En investigaciones previas ya se había demostrado que mantenerse físicamente activo es útil para frenar el avance del Alzheimer.
Este trabajo, concluye Selkoe, "proporciona un mecanismo molecular sobre por qué la aparición del Alzheimer se puede retrasar en las personas con experiencias cognitivas más ricas y complejas".
A pesar de esta novedad, remarca Jacques Selmés, médico y secretario de la Fundación Alzheimer España (FAE), "el gran problema de la investigación con modelos animales es que la enfermedad se manifiesta únicamente en humanos". Por eso, lo que hacen es inducir la enfermedad en estos animales.
Un equipo de expertos del Centro de Enfermedades Neurológicas del departamento de Neurología del Hospital Brigham y de Mujeres (EEUU) analizó cómo influía el medio ambiente en un modelo de ratón salvaje que, al parecer, es "más parecido al humano en cuanto al desarrollo del Alzheimer".
Al inicio del ensayo, los roedores vivían en jaulas en un laboratorio sólo con comida y agua. Se les fue introduciendo múltiples objetos nuevos y ruedas para correr. Los investigadores observaron que esta continua exposición a situaciones diferentes incrementaba la liberación de noradrenalina (un neurotransmisor implicado en el control de funciones como la atención y la excitación) y aumentaba la actividad en el locus coeruleus (una región cerebral involucrada en la respuesta al pánico y al estrés). En definitiva, se intensificaban los niveles de excitación, el ritmo cardiaco y la presión arterial.
Como explica Dennis Selkoe, uno de los autores del ensayo, publicado en la 'Neuron', la exposición prolongada a este tipo de ambientes, cargados de elementos innovadores, activa emociones relacionadas con una proteína denominada beta amiloide.
El Alzheimer se produce cuando dicha proteína se acumula y forma lo que se conoce como 'placas seniles' en el cerebro. Esta acumulación puede bloquear las células nerviosas cerebrales y poco a poco llevar a una erosión de los procesos mentales, como la memoria, la atención y la capacidad de aprender, comprender y procesar la información. Al parecer, las emociones que causan estos ambientes activan determinados receptores cerebrales que ayudan a que la beta amiloide no se acumule y, además, mejora la comunicación entre las células nerviosas. "Esta relación entre la estimulación y los receptores adrenérgicos" es muy interesante, comenta el doctor Selmés.
Estos resultados, reza el estudio, se confirmaron tanto en los ratones jóvenes como los de mediana edad, lo que significa que la enfermedad se puede retrasar antes de que aparezca. Y un dato más: Selkoe y su equipo comprobaron que las actividades nuevas protegían más contra el Alzheimer que incluso el ejercicio aeróbico. En investigaciones previas ya se había demostrado que mantenerse físicamente activo es útil para frenar el avance del Alzheimer.
Este trabajo, concluye Selkoe, "proporciona un mecanismo molecular sobre por qué la aparición del Alzheimer se puede retrasar en las personas con experiencias cognitivas más ricas y complejas".
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