El término “resiliencia” es empleado en Psicología para describir la capacidad que poseen muchas personas para afrontar la adversidad, sin que su salud física o psicológica se vea afectada. Aplicada al ámbito del cuidado la resiliencia adquiere especial interés, puesto que muchos estudios evidencian que las personas (en su mayoría cónyuges e hijos) que asisten a un ser querido con deterioro cognitivo se ven sometidas a una importante fuente de estrés. Esta situación de estrés prolongado puede provocar en el cuidador una sensación de desgaste emocional, viéndose a menudo desbordado por las demandas del cuidado.
Pero, ¿es posible fortalecerse a través del cuidado? ¿De qué depende que unos cuidadores padezcan síntomas derivados del estrés y otros no?
Un gran número de cuidadores, en contra de lo que podría esperarse, alcanzan niveles moderados, e incluso elevados, de resiliencia, lo cual indica que son muchas las personas que afrontan el cuidado de su familiar con éxito, sin sufrir las alteraciones emocionales que a menudo se les atribuyen.
Tras evaluar diversas variables, hemos encontrado que la resiliencia del cuidador no depende tanto de aspectos objetivos de la situación de cuidado (p.e. tiempo empleado, número de apoyos, estado físico del mayor dependiente) como de aspectos relacionados con la propia personalidad del cuidador y de su modo de valorar y afrontar la situación. De esta forma, los cuidadores más resilientes serán aquellos que muestren: altos niveles de autoestima (valoración personal positiva), extraversión (sociabilidad), autoeficacia (percepción de la propia capacidad para responder eficazmente a los distintos problemas que puedan surgir) y autocuidado (toda persona ha de cuidarse a sí misma), así como aquellos cuidadores capaces de extraer aspectos positivos de su situación. Al contrario, cuidadores con elevados niveles de neuroticismo (tendencia a la ansiedad), que evalúen la asistencia como una situación altamente demandante, o presten demasiada atención a sus propios estados emocionales, probablemente desarrollen menores niveles de resiliencia.
En cualquier caso, es normal que, aunque posean una alta resiliencia, los cuidadores vean afectado su estado de ánimo y manifiesten a menudo síntomas de ansiedad (p.e. irritabilidad, dificultades de concentración, insomnio, dolores musculares, etc.). Aceptar el deterioro de un ser querido y sentirse responsable de su bienestar siempre es difícil y cada cuidador se adaptará de un modo u otro a las circunstancias. A pesar de ello, la mayoría de las personas encuentran momentos gratificantes en su día a día con su familiar y son capaces de obtener un crecimiento personal derivado de su vivencia como cuidadoras. No hay que olvidar que, aún con las muchas dificultades que ello conlleva, la decisión de cuidar a un ser querido es una decisión cargada de sentido y generosidad y que todo cuidador puede beneficiarse de esta experiencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario