Antes de que se produzcan los primeros olvidos, los despistes o los cambios de carácter, tener problemas de sueño podría constituir un indicador de la existencia de una enfermedad de Alzheimer (EA) incipiente.
Los investigadores realizaron un seguimiento a 145 sujetos mayores de 45 años que no presentaban ningún problema cognitivo. Durante dos semanas les colocaron en su muñeca un dispositivo capaz de medir su actividad nocturna. También se efectuó un análisis del líquido cefalorraquídeo de cada individuo en busca de biomarcadores de una EA incipiente. En concreto, se analizaron los niveles de Aβ42, una de las proteínas precursoras de las placas características de esta enfermedad neurodegenerativa.
En total, se localizaron 32 individuos (22,5%) con signos preclínicos de EA, y al cruzar su perfil con la información del sueño obtenida anteriormente, los investigadores observaron que estos participantes tenían una peor calidad del sueño en términos de eficiencia (80,4% frente a 83,7%). Por contra, la cantidad de sueño no fue significativamente diferente entre ambos grupos, aunque los individuos con signos preclínicos de EA tendían a realizar más siestas durante el día.
El problema es que dichas alteraciones difícilmente van a poder traducirse en un marcador capaz de identificar precozmente la EA, entre otras cosas porque existen numerosas patologías, e incluso el propio envejecimiento, que se manifiestan con problemas de sueño.
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